sábado, 29 de octubre de 2011

17.- Regreso a Canáan: una parcela en el cielo

Volví al campo de desplazados al que había ido hace un mes.
Niños del campo de desplazados. Es horrible, pero se llaman "campos".
Ese lugar que describí como seco, desértico y con carpas y chozas en vez de viviendas medianamente dignas. Sin baños ni letrinas, sin duchas ni siquiera improvisadas, sin zanjas, sin agua. Sin una fuente de agua a la mano. Para ello, los que quieran beber (¿quién no?), bañarse, lavar la ropa, deberán recorrer varios kilómetros bajo un sol impiadoso, por caminos hechos al antojo –o sea sin caminos verdaderos- hasta llegar a la ruta, cruzarla e ir en búsqueda del líquido vital. Vuelta a pie con el galón o el balde en la cabeza, con algún niño de la mano, si no es el niño mismo quien va por el agua.
Bueno, sigue igual el lugar. No ha cambiado en nada, obviamente.
Una casita terminada
Fui a presenciar la construcción de unas casitas por parte de una ONG (una de las 12.000 que hay en Haití). Son habitaciones de madera, de 18 m2 con una puerta y dos ventanitas.
El día anterior había visto en la tele un programa que entrevistaba a ganadores del gordo de la lotería, un programa de Francia. Los afortunados describían cómo se habían enterado, de cómo los periodistas llegaban a la puerta de sus casas y la alegría de recibirlos. Así nos recibían en las humildes chozas que habían sido seleccionadas entre las 30.000 familias para hacerles la casita. Tímidamente nos presentamos para avisarles que empezábamos la construcción ahí mismo, detrás de su actual vivienda. Nos esperan ansiosos. Nos dan la mano, nos toman las manos con gratitud, “nos prestan” a sus bebés.
Bebita prestada que me mira
con cierto asco y/o desconfianza
Empezamos el trabajo que se hace con 3 voluntarios haitianos que trae la ONG más los beneficiados, en este caso es el hombre de la casa que nos da una mano.
Me ceden “el honor” de hacer el primer hoyo en la tierra para poner el pilote maestro. Me dan una barra de hierro larga y pesada para comenzar: levanto y hundo en una tierra durísima; levanto y hundo, levanto y hundo. Las piedras son difíciles de partir y sacar, pero insisto. Siento que se me salen los bofes del el fuerzo. ¡Pero la pucha! Qué flojita resulté. Pero no puedo ceder, me da vergüenza decir que no doy más. Se asombran de mi resistencia porque minutos antes me dijeron que este “es trabajo de hombres”. Eso me da el motivo para no aflojar ni un tranco. Por suerte para mí, tengo que parar para que otro con una pala saquen lo que removí. Y otra vez, me toca a mí. ¡Ay, dios! Quiero tirarme en el piso (¡pero a la sombra por favor! Ah, y tráiganme una cerveza bien fría) pero sigo haciendo el pozo. Por fin termino y ponemos el pilote, enterrado a unos 50 cm de profundidad. Una hazaña que en este caso es un pequeño paso para la humanidad pero un esfuerzo inenarrable para mí. El segundo agujero, lo hacen los voluntarios. Para mi asombro veo cómo se van turnando el rol de la varilla y el de la pala porque lo que me tocó a mí, eso de pinchar la tierra con la lanza, no lo hace nunca una sola persona, se van cambiando los lugares… soy una tonta.
Haciendo el pozo. Yo soy la de blanco (ja)
El señor beneficiario de la casita está ayudando. Al cabo de un momento su mujer le acerca algo para protegerse del sol: una especie de boina de plush de color rosado y con una plumita en la frente. Más parece un gorro de dormir de una bailarina del cancán frufrú que de un negro con una pala. La verdad. Yo tengo una gorrita que me dio mi viejo que no debe ser mucho más apropiada que la boina rosa del señor, porque tengo los hombros y las mejillas en llamas a esta altura. Una negra me ve el color de los hombros (prácticamente morados con una raya blanca de los breteles de la remera) y me mira horrorizada. Creo que nunca les pasa esto. Me pregunta con curiosidad si me pica. Me saqué los guantes de cuero que me dieron para el trabajo y tengo dos ampollas en cada pliegue del pulgar. Un encono para agarrar lo que sea. Se apiadan de mí pero también se divierten. Es definitivo: soy de mala calidad. 
La casa de la familia afortunada que recibe la de madera


Emprendo el regreso, la obra quedó  “inaugurada”, otras 200 casitas fueron asignadas. Una gota en el océano. Pienso en la sensación, la alegría de la familia que recibió la casita de madera y entonces cómo no pensar en las otras 29.800 que no tienen esa “suerte”. Pero ¿qué suerte? ¿Es una suerte que les den algo que en el mejor de los casos durará 5 años? ¿Y luego qué? ¿Es acaso en algún punto una solución? ¿Realmente cree alguien que esto les mejora la vida?
Es inevitable pensar que si se vertiera el dinero que estas más de 10.000 ONG consumen, directamente en el país, Haití se levantaría más pronto.
Algunas de estas organizaciones funcionan muy austeramente, pero otras, tienen presupuestos de más de 1 millón de euros anuales. Y cada una de ellas “ayuda” a su antojo. No hay un estado que regule sus necesidades. Así esto se convierte en caridad y no en ayuda. Yo (generalmente un blanco) te doy esto que YO sé que te hace falta. Y siempre, en todos los casos, son medidas paliativas y no de fondo. Habrá mejores y peores voluntades, pero siempre es desde un lugar de saber superior e iluminado.
Y de esos millones que piden a los diferentes estados para trabajar en Haití, sólo un menor porcentaje es para el pueblo. La mayoría es para infraestructura de la ONG (alquileres de lujo muchas veces, sueldos ídem, camionetas, computadoras; luego funcionan un tiempo, hacen dinero y se van). Los contingentes de las organizaciones no duran mucho tiempo, se vuelven a sus países de origen, y con los que vienen hay que empezar de nuevo. Eso sí: los que se fueron habiendo hecho un agujero en la tierra, piensan que tienen derecho a reclamar un lugar en el cielo, que han dejado parte de sus vidas por Haití y los negritos y que son buenos.

lunes, 24 de octubre de 2011

16.- La feria de artesanías

Estuve visitando la "feria anual de la artesanía", justo la enganché estando acá. La entrada costaba 300 gurdas (unos 6 dólares) e incluía una gaseosa y una tarjeta de teléfono por algo más de 1 dólar. Yo elegí una Fanta de uva. El lugar para esta exposición fue el Parque Nacional de la Caña de Azúcar. Una especie de museo histórico.
El azúcar ha sido la razón por la que los franceses se empecinaron tanto en conservar a Haití como colonia. El terreno les fue siempre hostil, una geografía tan escarpada, salvaje (Haití significa país de montañas), los mosquitos de la malaria y la fiebre amarilla, el calor insoportable... y la lejanía con Francia. Al contrario de lo que sucedió con Argelia, Haití nunca fue una colonia mimada. Sólo hubo esclavos que ni siquiera eran de la isla, negros arrancados de Africa y reventados a latigazos y etc.
Volviendo a lo que significó el azúcar para Haití, fue la manera de independizarse y fue lo que los hizo esclavos tanto tiempo. Europa no quería dejarlos libres porque representaba el 70% del consumo europeo de azucar de los años aquellos. Y fue el azúcar que los liberó cuando Francia aceptó reconocerles su independencia a cambio de un pago indemnizatorio (que en parte pudieron pagar con el azúcar). Qué cinismo increíble. La Francia revolucionaria no aceptaba la abolición de la esclavitud y menos aún la independencia de Haití.
He aquí algunas fotos del arte haitiano.
Nota: aquí la caña de azúcar es morada por fuera, no verde como la nuestra. Y se vende en todas las esquinas, cortada y pelada en bolsitas, para ir chupando. Les debo esa foto.

Gallos y gallinas de papier maché.


Una pintura haitiana que representa el terremoto de 2010

Pintura típicamente vudú

Otra vudú

Estatuillas de piedra de una sola pieza. El vendedor se parece a Denzel Washington.

Más vudú

Una locomotora de 1800. La única que debió existir. No sé si hubo otras

Frutas, cuencos, lagartos, figuritas varias de papier maché.

Máscaras para el carnaval.

Tapices vudú hechos con lentejuelas. Hermosos.

Otras gallinas, como la que se mete en mi casa.

Más máscaras para el carnaval.




jueves, 20 de octubre de 2011

15.- El nombre que dice

Podríamos decir que los haitianos son los uruguayos del habla francesa. O los mexicanos, por qué no.
En Argentina nos sorprenden los nombres que portan en Uruguay porque –al menos hasta hace muy poco- a nosotros sólo se nos permitía los del santoral. Y los vecinos del Río de la Plata se llaman Wilson, Nuble, Washington y Franklin. Pero van más lejos aún y se registran nombres tales que: Flash, Pejerto, Democrático Palmera, Feo Lindo, Walt Disney, Daniel Pistola y Libre Albedrío, por citar algunos.
Recuerdo que estando en México, en la escuela secundaria estudiábamos el inciso que en la constitución enunciaba la libertad de elección del nombre del hijo. Así, nos contaba el profesor, un poco divertido y un poco amargado por la “ignorancia” de sus compatriotas, que a un niño le habían puesto por nombre “Onedollar” (sí: one dollar todo junto). Otro niño se llamaba “Viva México” y así.
Imagino esos niños con su documento en la mano con nombre y apellido, anotados legalmente en el registro civil.
Pero en Haití, no toda la gente tiene la suerte de poder anotar al recién nacido puesto que para eso hay que pagar. Así que la mayoría satisface su deseo en su totalidad y le pone a sus hijos como se le da la gana.
Entonces se encuentran muchos “Voltaire” o incluso “Robespierre” e invariablemente uno piensa en revolución y rebelión.
En su mayoría los nombres de varón son franceses y compuestos: Jean-Louis, Jean Marc, Louis Philippe, etc.
He notado, en cambio, que las mujeres tienen más nombres españoles, franceses o ingleses: Fabiola, Eveline, Malory, Sabine, Sheyla, etc.
Luego están los nombres autóctonos que son una mezcla de quién sabe qué lenguas y que son inventados según el individuo, aunque no tengan un significado concreto. Por ejemplo, algunos nombres de mujer: Mitza, Wena, Wina, Tarcilia, Nirva, Choupite, incluso Chimen que en créole quiere decir camino.
Y de varón: Dadou, Previlon, (ojo con este) Fenol (es el nombre de un alcohol muy utilizado en la industria), Wisby. Conocí un muchacho que se llama Riclés y ese es el nombre de un medicamento para la indigestión (vas a la farmacia y pedís “deme un Riclés menthe” cuando no das más de los vómitos o del ataque al hígado).
Y también están las combinaciones, la unión de dos palabras para dar el nombre. En esta asociación encontramos lo que queramos, o lo que hayan querido los padres, por ejemplo Assefy (bastante niña) o Assegasso (bastante niño) en créole.
Pero lo que me ha dejado azorada son los nombres que estarían en esta categoría de unión de dos palabras pero que la primera de ellas es la palabra “Dios”.
Así tenemos los siguientes nombres:
Dieuseul (Sólodios)
Dieubéni (Diosbendito)
Dieufaite (Dioshace)
Dieuvenu (Diosvino)
Dieujuste (Diosjusto)
Dieudonne (Diosda)
Dieusibon (Diostanbueno)
Y en Créole, Dyela (que en francés hubiera sido Dieuestla, o sea Diosestáaquí) y Mesidye (Mercidieu = Graciasdios).
Y lo que quieran con Dios. Diospromete, Diosda, Diosgracias, etc., hasta llegar a un simple y llano “Dieu” (Sí: Dios. Imagino que en alguna situación alguien le puede decir: “pero ¿quién te creés que sos? ¿dios?”)
En todos los casos de los nombres se le puede anteponer el prefijo “Ti” que significa pequeño (del francés petit) y haría un diminutivo.
Ti Noel. Ti Malice. Ti Jean-Louis.
Resta saber quiénes se llevan las palmas en el ingenio de los nombres: uruguayos, mexicanos o haitianos.

sábado, 15 de octubre de 2011

14.- ¿Somos lo que comemos?

Aparentemente, somos lo que comemos. Así se dice. Esto querrá significar que la calidad de los alimentos que ingerimos, hará a nuestra salud general. O tal vez, que si comemos una considerable cantidad de vitaminas en buenos vegetales tendremos una piel lozana, la mirada con un brillo sano, las defensas naturales estarán fortalecidas, etc. Y si tenemos buena ingesta de proteínas, las funciones vitales del cuerpo se llevan a cabo sin problemas, el cerebro se desarrolla perfectamente si es que está en desarrollo y todo eso. Si incorporamos un poquito (lo justo) de colesterol (esto es rarísimo: hay un colesterol “bueno” y uno “malo”) nos permite fabricar hormonas sexuales y todo lo que implica y de yapa, una piel sedosa. Y desde ya, los hidratos de carbono nos permiten andar, es la energía de acceso inmediato para poder funcionar.
La carne en Haití tiene un gusto raro, que a mí no me gusta. He comido empanadas hechas con carne de acá y a pesar del condimento tiene ese fondo raro, que no atino a darme cuenta a qué me hace acordar. He comido comida créole, y tiene ese gustillo; hamburguesas, con tocino y bien ahumadas, yo le siento ese sabor que me disgusta. Y es fácil imaginarse que los cerdos, los “cabrit” (que en créole quiere decir… ¡cabrito!) y cualquier animal, anda alimentándose de basura por ahí, la carne forzosamente tendrá un sabor diferente a un animal, por poner un ejemplo, que se alimenta pastando en la Pampa. Ver a los cerdos por cualquier lado, en las calles o en los cerros, revolcándose en las alcantarillas abiertas que son las cloacas de Haití, no da mucha confianza. Ver a las cabritas rompiendo bolsas de basura y comiendo eso y gallinas que las secundan, te da como una sensación rara.
Las cabras, los cerdos, las gallinas, serán lo que comen. Tal vez de allí el gusto raro. Quién lo sabe.
Me puse a pensar qué soy yo entonces, a partir de lo que como: queso (mucho), verduras orgánicas haitianas porque no existen otras, frutas riquísimas y exóticas, las nueces de la mañana, los mates, los jugos… podría decirse que tengo buena que salud, que soy un ser “cubierto”, de necesidades cubiertas y que elije no comer de esta carne de gusto raro.
Buscando animales por la ventana, a ver si se cumple mi teoría de la comida, veo un señor pasar. Aunque está un poco lejos, puedo ver que es delgado, que camina rápido, se rasca el brazo y trato de pensar qué será ese hombre. Es decir, qué comerá ese hombre a partir de lo que veo. Rápidamente me pongo a pensar qué será Berlusconi, por ejemplo. En esta línea de “somos lo que comemos”, ¿qué comerá el premier para ser lo que es? De seguro come pastas, ajo, tomates…. ¿Pero qué será lo que lo hace il Cavaliere? ¿Qué será lo que come Condolezza Rice? No caigamos en la fácil de preguntar qué come Dominique Strauss-Kahnn o el cura Grassi.
Pero me fui para el lado inverso del razonamiento. Estábamos en somos lo que comemos y no forzosamente la ecuación se puede verificar en  las dos direcciones.
Pero entonces, digo yo… visitando pueblitos perdidos en Haití, me tocó presenciar un cuestionario de salud que se le hacía a los pobladores en donde en una de las partes se les preguntaba “¿qué comió en todo el día de ayer?” y muchas veces la respuesta era “una banana”; “un mirliton” (que en el norte argentino se llama “papa de agua” y es ideal para quienes hacen dieta para adelgazar, tan pocas son las calorías que tiene); también puede que digan que comieron un choclo en todo el día. Y así.
Pensando siempre en que “somos lo que comemos”, la pregunta sería: ¿qué son la mayoría de los haitianos?

miércoles, 12 de octubre de 2011

13.- Bajada al infierno


Este domingo pensaba ir a la playa con unos amigos nuevos, a darme una vueltita por un lugar que antes del terremoto del 2010 solía estar el Club Med, donde se servían cócteles en copas elegantes y todo eso, pero hoy no va nadie porque solo hay ruinas y escombros.
Pero amaneció lloviendo y entonces me llevan a hacer un tour por Puerto Príncipe, en donde el terremoto afectó bastante más las construcciones que en el círculo en donde me muevo cotidianamente.
El Palacio Nacional. Ahora hay gallinas adentro
Fuimos bajando y a medida que nos acercamos a destino, el aire se hace más pesado, el calor es más intenso. Entre lo alto de la montaña y allá abajo, debe haber una diferencia de unos 10 grados.  Entramos a la zona menos residencial hasta llegar a lo que fue el Palacio Nacional, (o sea, la Casa Rosada de Haití) que está destruido pero como partido al medio.
Ministerio de Economía
Parece que una bomba hubiera caído y reventado solo una parte. Bajo del auto y camino en dirección del edificio y veo lo que otrora fue el Ministerio de Economía: son unas paredes con rastros de llamas voraces en lo que queda en pie.
Frente al Palacio Nacional
Tomo una foto y se me acercan chiquitos varios con la mano tendida y me gritan “hey, you!” Para mí es una ofensa que me hablen en inglés, pero pienso que para ellos debe ser una ofensa que yo sea blanca y ande sacando fotos a las desgracias que los acompañan en permanencia. Miro mejor, y son una desesperación nos preguntan “¿pero cuánto quieren pagar? Díganme, yo se los vendo”. Y es difícil explicar que si eso vale su trabajo no queremos pagar menos pero que no queremos tampoco gastar eso. Se acercan más vendedores, muchos óleos hechos en serie, y se arremolinan. Niños que te dicen “hey, you!”, y curiosos que simplemente vienen al remolino. Es que enfrente al palacio desarmado hay un campamento, un asentamiento de carpas y ahora las veo de cerca. Entonces un auto de la policía se detiene para asegurarse de que no nos estén robando o algo así.

 Tratamos de volver al auto para continuar y una cola de chiquitos nos sigue, otros nos ven pasar y nos saludan. Y por primera vez oigo “le blanc!” (“el blanco”), es la voz inconfundible muchos los nenes que se van acercando. Todos piden “one dollar, one dollar”. Quieren algo.
Vamos llegando al  área que rodea el Palacio y se acercan a vendernos diversas cosas: pinturas haitianas, tallas en madera, unas carteras muy coloridas hechas a partir de envoltorio de fideos y cuestan 25 dólares cada una que nos encantan pero nos parece que no podemos pagar eso y entonces en para llamarme a mí. El “hey, you” que hacía un rato me molestaba, ahora me parecía mucho mejor.
Calles de Puerto Principe

¡Le blanc! ¡Soy le blanc! Y peor aún: soy le blanc-hey you. Se nos acerca una viejita y nos pide también. Se señala la panza y nos hace gestos y entendemos claramente que tiene hambre. Se levanta la camisa para mostrarnos mejor, tiene una pancita arrugada y cóncava y un gesto de dolor. Le damos unas barritas de cereal y dice “agua”. No sé qué hacer.
Viviendas inhabitables habitadas
Damos vueltas y nos internamos cada vez más en lo más arruinado de la ciudad y no por eso desanimado. La gente ocupa los lugares que no se pueden ocupar por peligro de derrumbe, y veo construcciones que han medianamente soportado el tremendo terremoto y parecen de la Louisiana del 1800. Es como una película del Missisipi y los esclavos. Y alterna con construcciones “bombardeadas”. Y toneladas de basura. Todo sucio, mugriento. Y vamos más allá, donde nadie quiere ir, ningún le blanc, a excepción de los que tienen carros de asalto que dicen “UN”, llegamos a Cité Soleil, la villa de Puerto Principe. ¿Se puede vivir peor que lo que he visto? Sí, en Cité Soleil. Es la villa miseria de un país miserable. Imaginen eso.
La Catedral de techo fantasma.
Era enorme, aparentemente

Pasamos por la catedral y al ver las paredes en total soledad noto que me recuerda a algo, me parecen las fotos que mis viejos tomaron cuando fueron al Líbano en el 80, cuando se encontraba en guerra (bah, qué aclaración absurda). En esas paredes solitarias y abandonadas por el techo, si se puede decir, hay gente que aprovecha esos espacios. Hay gente por todos lados.


Claro, hay gente adentro


Finalmente vamos al museo del panteón en donde se encuentra el ancla de la Santa María. ¡Pero qué símbolo! Desde esa ancla empezó todo para Haití: el exterminio de sus habitantes casi inmediatamente a la llegada de Colón y luego la introducción de los esclavos negros y la colonización española y la francesa y la inglesa y… todo eso.

En la puerta del museo


Desde el ancla para acá, un desfile de perversos con un látigo en la mano. Y lo peor que no siempre han sido Le blanc.

Llegamos al monumento esperado: Simón Bolívar en su caballo y agradeciendo al pueblo haitiano el haber sido solidario con su lucha: no solo pudo refugiarse aquí en 1815, sino que le dan armas, pólvora, hombres, plata y hasta una imprenta con lo que Bolívar puede entrar en Venezuela. Todo lleno de yuyos muy crecidos, un lugar bonito abandonado.

Y luego vuelvo a la seguridad de unos mates con agua de bidón.

sábado, 8 de octubre de 2011

12.- El poder de una bala


Volviendo de una importante reunión de trabajo, tuvimos que pasar por delante de una base de MINUSTAH (más precisamente por los contingentes de Bangladesh y el de Philipinas). Justo delante de nuestro auto va una camioneta con un soldado armado (¿esto constituye un pleonasmo?). Varios cientos de metros vamos despacio, uno detrás del otro, y observo bien al soldado: (¿hace falta que diga que es blanco?) casco camuflado como la ropa, anteojos negros, chaleco anti balas, borceguíes y un poderoso FAL. Y me entero de que ese juguetito tiene un alcance de poder destructivo a 700 metros. A esa distancia aún puede atravesar un auto. Me explican demasiado gráficamente que arranca un miembro a un ser humano a esa distancia y más.

Sigo mirando al soldado que está de paseo por Haití. No está tenso ni parece estar alerta. No tiene miedo. No crean que esto es Vietnam y que de cualquier cañaveral sale un grupo que resiste la invasión. No se imaginen este escenario como si fuera Afganistán que desde cualquier montaña pedregosa y en medio de una nube de polvo, a miles de metros un talibán dispara con un armamento ruso de altísimo poder y precisión que hará reventar uno de estos vehículos. Haití nada tiene que ver con eso, por eso la calma del soldado.
El camión con el soldado dobla y nosotros seguimos por la ruta llena de vehículos que dicen UN. Me quedo pensando si son necesarias armas de guerra, si es válido el argumento de que en Haití corre gran riesgo la estabilidad y la democracia; si la estabilidad y la democracia se preservan con tropas extranjeras armadas hasta los dientes. También me acuerdo de este joven haitiano que hace unas semanas fue violado por soldados de la MINUSTAH uruguaya.
Hace unos días el muchacho pidió una indemnización de 5 millones de dólares por lo sufrido. Uruguay le contestó que no habría indemnización económica sino jurídica, o sea, cárcel para los victimarios (en Montevideo, por supuesto). Y mi primera reacción es decir que está muy bien la respuesta, teniendo en cuenta que el abogado que aconsejó al haitiano es uno que está en la defensa de Duvalier, el peor dictador que haya tenido Haití jamás. Y menos espontáneamente y con la imagen del FAL y un cuerpo sin miembro en mente, pienso en cuál tendría que ser la indemnización para el país entero.
Hoy fui a comprar artesanías a una misión evangélica que está en la montaña camino a Kenscoff.  Por ahora vamos a dejar pasar de largo el hecho de que a las artesanías las comercie una misión evangélica. Además de la venta de cosas bellísimas  se encuentra allí un museo de “cultura haitiana”. Entro a un laberinto de pasillos de vitrinas con la más ecléctica muestra de cosas.
Una de ellas dice en inglés: “fauna haitiana” en donde se exponen como animal principal un flamenco rosado pero bastante empolvado y desteñido; una lechuza tan reseca que tiene las patas tiesas como señalando algo en el piso y sin ojos; muchos escarabajos que yo creía exclusivos de Egipto; unas lagartijas sin color auténtico y desecadas sin querer; la piel de muda de una serpiente; una tarántula. Otra vitrina sin título tiene fotos de presidentes pero el 80% son de los Duvalier. Entre ellos se encuentra un cartel en créole que dice “no queremos vudú, queremos cristianismo”. Y todo mezclado parece más bien una galería de Ripley (esperaba que saliera Jack Palance y me presentara las cosas).
Me abalanzo sobre la que dice “artesanía haitiana” y veo unas máscaras rituales, telas, pinturas y me detengo en unas bolas de baseball con la leyenda: “bolas hechas en Haití antes del embargo”. Pero quedo estupefacta al ver unos carros de asalto en miniatura, iguales a los que veo por todos lados, blancos con las letras UN. Y al lado unos camuflados que simplemente dicen “1994”. Me refriego los ojos para ver bien. Sí, en la vitrina de las artesanías, lo que es la representación popular del arte, se encuentran dos carros militares extranjeros.
Volvamos a la indemnización económica y supongamos que esté correcta, ya que vivimos en un sistema con industria de juicio. Y ya que entramos en la lógica del negocio, digamos que si se piden 5 millones es porque hay que tener margen de negociación y así, calculo que una violación valdrá 2 millones de dólares. Y en esa línea me pregunto cuánto valdría la vida de una persona. (Seguramente más que el precio de una violación).

Inmediatamente pienso en el cólera que lleva más de 7.000 muertos oficialmente y se calcula que por lo menos habrá el doble.  (En una rápida multiplicación, 7.000 X 2 millones de dólares = USD 14.000 millones). Y además, las violaciones de las que no salen a la luz. Todo esto, sin tener en cuenta la devastación, la mugre, la usurpación que no tiene ya precio, que es incalculable, que no hay manera de ponerlo en forma de unidades.

¿De cuánta plata tendríamos que hablar para indemnizar a Haití?

miércoles, 5 de octubre de 2011

11.- Yendo a Mirebalais

El día de ayer no empezó muy bien. Me había dado cita a las 6 de la mañana (por lo que tuve que levantarme 4 y media) en un lugar que por supuesto, yo no conocía pero confiaba en el chofer que me llevaría. Luego de andar bastante, llegamos al lugar pero, era en el medio de la nada, donde había un pie de montaña, un río caudaloso y cabras. No tenía señal en el teléfono por lo que volvimos un poco sobre nuestros pasos para poder llamar. Habíamos ido a dar a cualquier sitio, menos al convenido y para poder llegar donde nos estaban esperando, ahora las 6:30 el tráfico se había vuelto un infierno. 300 metros en 20 minutos. Era raro ver que una chica descalza iba mucho más rápido que nosotros en una formidable 4X4. Y así tuve tiempo para observar cómo me gusta!) la gente: una señora con una peluca muy rubia, muy coqueta con su marido de gorra canchera que pasan a nuestro lado conversando; un papá que lleva a su nena a la escuela, porque ayer empezaron por fin las clases, con unas trenzas y unos moños preciosos en la cabecita; queda también a la par nuestra pero en el otro sentido, un tap tap, (el transporte público/privado que es una camioneta o camión a cuya caja de transporte se le ha agregado dos tablones a lo largo que sirven de asiento. Caben en una pick up unas 5 personas de cada lado, pero pueden agregarse una segunda fila en las piernas de los primeros) y sólo se pueden ver las cinturas de las personas y me imagino sus caras a partir de esa región visible; un policía que va y viene tratando de ver qué se puede hacer para que esto se desanude y se da cuenta que no hay nada que hacer; vuelve la señora con la peluca rubia y su marido… Veo a una mujer que revisa un container de basura que debe tener un mes de acumulación con la consiguiente pudrición y si ya es denigrante revisar la basura en el primer mundo, lo que significa estar revisando la basura en Haití, no tiene nombre.

Pero por fin llego a destino. Me esperan los Médicos del Mundo (Argentina) para irme con ellos a una actividad en la localidad de Mirebalais.

Se trata de la preparación de brigadas voluntarias para frenar el cólera y de paso, otras cositas.

Hicimos el viaje en auto con chofer (como siempre) por entre las  montañas y vi paisajes hermosísimos. También un caballo atropellado, y abandonado en el medio del camino.

La ruta era de dos vías pero en muy buen estado. Lo malo es que la persona que manejaba, lo hacía por la izquierda. Al cabo de unas cuantas curvas me animé a preguntarle si había aprendido a manejar en Inglaterra. Le sorprendió un poco la pregunta y creyó que se lo decía por lo bien que manejaba…. Y no. De ese comentario pasé a rogarle, cada 2 ó 3 curvas, que condujera por la derecha. ¡Y le causaba una gracia! Llegué a destino con una considerable contractura cervical. Hay que tener en cuenta que las rutas son muy transitadas por camiones que yo considero de carrera. Así que un encuentro frontal en una curva representaría la muerte segura. Aunque instantánea, eso sí.
Y llegamos a Mirebalais, (que está camino a la frontera con República Dominicana. Por suerte el paisaje era muy verde, porque la pobreza de las casitas que se veían, era desolador. Pero al menos la vegetación mitiga un poco el sol, el calor, el desamparo.)

La comunidad nos esperaba en una iglesia que no era como las que yo conozco. El techo es de zinc, a dos aguas, los bancos son de madera como para 4 personas pero se sientan 5, las paredes son de cemento sin pintar, solo unas inscripciones con letra verde y despareja, como por ejemplo “niño de dios” o “herederos de la fe” y en vez de una imagen de jesús, un ramo de flores. Y en vez de imágenes de apóstoles o santos, unos pies de madera para apoyar las lámparas de querosén. Y en vez de ostentosos vitraux (como por ejemplo los de Notre Dame de París) ladrillos huecos, que dejan pasar la luz y el aire. Infaltable el equipo de sonido para cantar. Unos 65 promotores, todos con gorra y camiseta de Médicos del Mundo, y otras 100 personas nos esperaban y cuando entramos, pasando por toda la gente hasta las sillas que nos esperaban delante de todo, nos aplaudieron. El educador, un habitante del lugar, nos presentó y nos hizo hablar, con un megáfono. Yo pude hacerlo en francés, les dije que me alegraba de estar ahí y que me recibieran tan afectuosamente y que esperaba poder trabajar junto a los Médicos. Otro aplauso como si fuera un discurso extraordinario. Al rato se me acerca un muchacho sorprendido de lo bien que hablo francés. Y me dice que el cólera es culpa de la MINUSTAH. Y yo sé que tiene razón. La MINUSTAH lo sabe. Y como en Haití todo tiene un preámbulo larguísimo, antes de salir a acompañar a la brigada, hay que hacer varias cosas: una obra de teatro (todo en créole) que representa una situación de transmisión de cólera por las manos sucias; unas indicaciones sobre lo que viene; otra arenga por parte de otro educador; una oración para que todo salga bien. Y salimos.
Vamos de casa en casa con un cuestionario que tiene por  un lado preguntas de tipo censo (cantidad de personas, escolaridad, etc) y otras de salud, del tipo “¿se lava las manos antes de comer?” Al final de la entrevista se le dan las indicaciones (si hiciera falta) de modificar alguna conducta y le entregan a cada casita una bolsa que contiene sales de rehidratación, un jabón, sales para preparar un galón de cloro a concentraciones adecuadas (con cinco gotitas de este galón potabilizan un litro de agua en 10 minutos) y preservativos, que no se usan contra el cólera pero que vienen bien. El sol raja la piel. Estoy colorada y los chicos me vienen a mirar en grupitos de 4 o 5 y alguno se acerca a tocarme el brazo y sale corriendo. Otro chiquito se acerca y en creole me dice algo que no entiendo, pero sé que me pide algo. Me traducen que pregunta si tengo algo para jugar. Y me parte el alma. Observo que en las casas no hay juguetes, ni una pelota pinchada como en cualquier patio de Argentina. Ni una muñeca vieja sin cabeza, ni un autito sin ruedas. No hay objetos en los alrededores de las casas. No se ve una escoba. No hay nada. Animales sueltos, mayormente cabras y gallinas, también cerdos y patos. Perros, no. Gatos, ni en dibujos. Y me explican que los perros son bastante odiados, porque los franceses los usaban “para comer negros” y que los gatos maúllan cuando están en celo que parece que tuvieran al diablo adentro. Después vuelven los chicos y les causo risa. Un muchacho me cuenta que cuando él era niño le temía a las “personas como yo” o sea le temía a los blancos. Que cuando pasaba un blanco por la calle, él se metía a su casa del miedo que le daba. Que su madre no lo dejaba que tocara a su abuelo porque era mulato. Y creo que el odio ancestral a los perros acompaña al temor a los blancos. En una de las casas hay un bebé que está fastidioso y molesta a su mamá que responde al cuestionario, entonces me ofrezco a tenerlo en brazos y ni bien lo levanto el nene queda quieto y me mira. Su nombre es Valdéz y tiene los pelos para arriba.
Con Valdez a upa
En otra de las viviendas una señora baña a su bebé. Prepara un fuentón con una cantidad de agua que apenas tapa los tobillos del chiquito.

Volvemos a la iglesia todos a que les den un refrigerio (un pancho a cada uno) y todos salen diciendo “panchito”.

Salimos para otra localidad esta vez, en una escuela de características edilicias similares a la iglesia, pero con pizarrón. Pero allí sólo repartimos las camisetas y las gorras a los promotores que en una próxima asamblea se organizarán para cuadricular la zona y distribuir el terreno a cada uno. La emoción que tienen al recibir estas camisetas es enorme, se las ponen inmediatamente sobre la ropa y hace un calor del infierno. Yo he tenido que sacarme las medias, no sé por qué me puse. De lejos veo que unas chiquitas me miran en la tarea y se ríen.

Finalmente volvemos, tomamos la ruta de vuelta, siempre por la izquierda, siempre implorando. Volvemos a pasar por los lugares que están casi intactos a pesar del cambio de luz, está atardeciendo y la iluminación es rosada. Llueve intensamente en la cima de la montaña, ahí donde el caballo está muerto y ahora hay un perro que lo está empezando a comer. Supongo que en breve serán dos los cadáveres, uno de caballo y otro de perro. Ansío poder bañarme y comer algo.

Y así, llego a mi casa, después de largas horas de auto, no tanto en la montaña sino más bien en los “bloquis” de la ciudad. Entre el tráfico, las luces y las bocinas de los autos con conductores enloquecidos.