Así que
emprendo una caminata de una media hora, alguito como para que la sangre llegue
de nuevo a la superficie de las extremidades, y arranco.
Voy a la
izquierda, vuelvo, voy a la derecha de la salida de mi casa y todos terminan en
calles cerradas, en portones de majestuosas casas. O en abruptos cortes de
montaña. Así que voy a hacer el camino que hago todos los días con el auto, que
me lleva a la oficina.
Subo la
primera cuesta y me cuesta, pero no me detengo, en este afán de agarrar salud.
Subo y subo, y en el camino me encuentro con chiquitos que van a la escuela,
algunos de la mano de su mamá y sus hermanos, ellos caminan hacia la parada de
un tap-tap que los lleve a destino. Tienen que hacer unos 45 minutos a pie en
esta geografía accidentada de invariables subidas y bajadas de 60° o más (a mí
me parecen de más de 90°). Todos los días, para ir a la escuela. Y van
impecables, y contentos los nenes a la escuela. Todos con uniforme. En la
parada tomarán el tap-tap o si tienen suerte, pasará el colectivo del nuevo
plan del gobierno. Transporte destinado a llevar exclusivamente niños
uniformados (o sea que los niños que no tengan uniforme no pueden subir).
Ningún adulto puede beneficiarse de este vehículo. Son blancos y en negro dicen
“dignité”. En la capital, en Puerto
Príncipe se ven pocos. Se esfuerza el gobierno por poner más en el interior
para “fomentar la vida fuera de la ciudad”. Entonces tomar un transporte
público, que es privado, puede ser una verdadera aventura en el horario en que
todos van a la escuela. No alcanzan y no paran si no tienen lugar. Y los
lugares se acaban rápido, puesto que la mayoría son camionetas con lugar para
12 personas, a lo más. Pasa uno, pasa otro, y otro… 20 ó 30 minutos más tarde
logran tomárselo y llegarán con el consecuente retraso.
Y este
esfuerzo es una parte de la prueba que tiene que pasar una familia para educar
a sus hijos. La escuela es privada en un 95%. Si bien los precios son variados,
los ingresos en la vida haitiana casi siempre son bajísimos. Y a pesar de que
el día que asumió este nuevo gobierno, en mayo de 2011, prometió escuela gratis
para todos en muchísimos casos la familia tiene que elegir cuál de sus hijos va
a tener el privilegio de beneficiarse del trabajo de sus padres (muchas veces madres
solas) que con un enorme sacrificio pagarán una cuota en la escuela, por muchos
años. En la mayoría de los casos se privilegia al varón mayor.
La promesa
del presidente quedó en algo muy vago, al parecer algunos niños reciben becas
para una escuela privada que cubre solamente la colegiatura y que recibe
directamente la escuela.
Pero los
chiquitos van de buen humor, tienen tiempo de ir conversando hasta la parada.
Me los cruzo y me saludan “Bonjour madame”.
El paisaje
es hermoso, trato de ir sacando fotos a la variedad de flores que encuentro,
esperando divisar alguna de las más de 100 variedades de orquídeas que hay en
Haití.
Por suerte
no hay que ir mirando el suelo, como en Buenos Aires, por el riesgo de pisar
una caca de perro. Acá, no. Sólo vi un par de tarántulas aplastadas
desgraciadamente por encontrarse en el sendero de los autos.
Llego de
vuelta a casa, sudada como si hubiera corrido un maratón (cabe aclarar que
sería incapaz de correr más de 2 cuadras), de pies a cabeza esperando encontrar
la ducha reparadora.
Pero no hay
agua, y me tengo que ir a trabajar así, porque el casero me ofrece llevarme un
balde de agua que nunca llega.
Y me quedo
pensando en los kilómetros diarios o de por vida que hacen los haitianos para
llegar a donde sea y a la edad que sea. Los nenitos a la escuela, las madres
que los acompañan, la gente que va a trabajar llevando esos bultos enormes en
las cabezas, la persona que está enferma y tiene que ir al médico… todos tienen
que hacer la caminata previa que los deje en la ruta del transporte que a su
vez, según el horario, habrá que esperar un buen rato. Y a veces llueve. Y
siempre hace mucho calor. Y de noche no hay transporte.
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