Otra vez el trabajo me
lleva a lugares insospechados. Estoy en el corazón de la MINUSTAH. En una
reunión más en donde extranjeros decidirán qué es bueno para Haití.
Qué horror. Es un lugar lleno de los vehículos “UN”, son
blancos con letras negras. Todos (casi todos) los letreros que hay están en 3
idiomas: inglés primero, segundo en francés y tercero en créole. El primero en
verse está a la entrada, un letrero enorme que dice “no hay trabajo”, para que
nadie se moleste en entrar para pedir empleo. Y en el interior, letreros dando
indicaciones, por ejemplo en los baños: “Men-Homme-Gason” “Female-Femme- Fenm”.
Pero me llama la atención uno que está en más idiomas y dice “Las reglas de la UN prohíben mantener sexo en intercambio por dinero u
otros bienes. Cuando se sepa, perderá su trabajo; lo repatriarán; lo llevarán a
juicio; nunca más podrá trabajar para las UN; arruinará su reputación;
avergonzará a su país; ya podría haberse contagiado del VIH-SIDA; podría haber
contagiado a alguien más el virus (alguien a quien usted aprecie). ¿Vale la
pena el riesgo? Pare”
Este letrero no está en créole, sólo en francés, español,
portugués… no lo vi en inglés. Supongo que la elección de los idiomas tiene su
significado, el que para mí, salta a la vista.
Y podría contestarle a ese letrero tantas cosas, como que por
ejemplo, que muchas de las amenazas que profesa respecto de perder el trabajo,
no se cumplirán si no se enteran que lo hice. Y podría agregar que al menos algunos
de los países que aquí se encuentran tienen a sus más altos funcionarios
involucrados en asuntos de prostitución y, por ende, no tendría vergüenza hacia
la patria; que el SIDA puedo evitarlo usando un preservativo. Y que si consumo
prostitución, ya me he detenido antes a pensarlo muy bien y lo hago igual.
O podría decir que la prostitución no es un riesgo para el que paga por ella sino para el que cobra. Especialmente en las bases militares. Bueno, retiro lo último.
O podría decir que la prostitución no es un riesgo para el que paga por ella sino para el que cobra. Especialmente en las bases militares. Bueno, retiro lo último.
Entro finalmente al salón que parece una copia de reunión en
las Naciones Unidas, pero de juguete, en menos. Una larga mesa con muchísimas
banderitas en el medio, con grandes sillones para cada uno de los que se
sientan alrededor y en cada lugar un vaso, una servilleta y una botella de agua
(sin cólera) con la etiqueta de las Naciones Unidas que dice “purificada”.
Asisten en la mesa, 20 personas contando a los 4 expositores. De las cuales
sólo 4 son mujeres (20%). Negros, 2 (1%). Haitianos 0 (0%). Y todos tienen
cara, si no de cagadores, al menos de satisfacción y no sé por qué. Porque el
informe es que “se ha hecho mucho pero falta mucho más”.
Y luego estamos los
que nos sentamos en la periferia, convidados a chusmear cómo debe organizarse
este paisito. Cómo aunar la ayuda humanitaria. Nosotros, los de palo, somos 6,
de las cuales 3 mujeres (50%).
Bla blas en inglés, of course, interrumpidos por vuelos
rasantes de aviones militares en dos ocasiones y dos más por helicópteros y el
ruido insoportable del enorme aire acondicionado que nos permite ser humanos.
Termina la reunión y me voy, contenta de volver al calor
matador, la humedad y con una impotencia incontrolable.
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