miércoles, 23 de noviembre de 2011

20.- En el corazón del veneno

Otra vez el  trabajo me lleva a lugares insospechados. Estoy en el corazón de la MINUSTAH. En una reunión más en donde extranjeros decidirán qué es bueno para Haití.

Qué horror. Es un lugar lleno de los vehículos “UN”, son blancos con letras negras. Todos (casi todos) los letreros que hay están en 3 idiomas: inglés primero, segundo en francés y tercero en créole. El primero en verse está a la entrada, un letrero enorme que dice “no hay trabajo”, para que nadie se moleste en entrar para pedir empleo. Y en el interior, letreros dando indicaciones, por ejemplo en los baños: “Men-Homme-Gason” “Female-Femme- Fenm”. Pero me llama la atención uno que está en más idiomas y dice “Las reglas de la UN prohíben mantener sexo en intercambio por dinero u otros bienes. Cuando se sepa, perderá su trabajo; lo repatriarán; lo llevarán a juicio; nunca más podrá trabajar para las UN; arruinará su reputación; avergonzará a su país; ya podría haberse contagiado del VIH-SIDA; podría haber contagiado a alguien más el virus (alguien a quien usted aprecie). ¿Vale la pena el riesgo? Pare
Este letrero no está en créole, sólo en francés, español, portugués… no lo vi en inglés. Supongo que la elección de los idiomas tiene su significado, el que para mí, salta a la vista.
Y podría contestarle a ese letrero tantas cosas, como que por ejemplo, que muchas de las amenazas que profesa respecto de perder el trabajo, no se cumplirán si no se enteran que lo hice. Y podría agregar que al menos algunos de los países que aquí se encuentran tienen a sus más altos funcionarios involucrados en asuntos de prostitución y, por ende, no tendría vergüenza hacia la patria; que el SIDA puedo evitarlo usando un preservativo. Y que si consumo prostitución, ya me he detenido antes a pensarlo muy bien y lo hago igual.
O podría decir que la prostitución no es un riesgo para el que paga por ella sino para el que cobra. Especialmente en las bases militares. Bueno, retiro lo último.
Entro finalmente al salón que parece una copia de reunión en las Naciones Unidas, pero de juguete, en menos. Una larga mesa con muchísimas banderitas en el medio, con grandes sillones para cada uno de los que se sientan alrededor y en cada lugar un vaso, una servilleta y una botella de agua (sin cólera) con la etiqueta de las Naciones Unidas que dice “purificada”. Asisten en la mesa, 20 personas contando a los 4 expositores. De las cuales sólo 4 son mujeres (20%). Negros, 2 (1%). Haitianos 0 (0%). Y todos tienen cara, si no de cagadores, al menos de satisfacción y no sé por qué. Porque el informe es que “se ha hecho mucho pero falta mucho más”.
 Y luego estamos los que nos sentamos en la periferia, convidados a chusmear cómo debe organizarse este paisito. Cómo aunar la ayuda humanitaria. Nosotros, los de palo, somos 6, de las cuales 3 mujeres (50%).
Bla blas en inglés, of course, interrumpidos por vuelos rasantes de aviones militares en dos ocasiones y dos más por helicópteros y el ruido insoportable del enorme aire acondicionado que nos permite ser humanos.
Termina la reunión y me voy, contenta de volver al calor matador, la humedad y con una impotencia incontrolable.

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