viernes, 9 de diciembre de 2011

22.- Me voy de Haití

Ya me voy de Haití. Pasaron los 3 meses y me voy.
Fueron 90 días de intensidad variable, de cosas vividas muy diferentes, algunas experiencias lindas, divertidas, indignantes, angustiantes, pero todas sorprendentes.
Me voy con muchas fotos de mala calidad, ya dije unas cuantas veces que mi cámara es obsoleta, pero con imágenes en mi cabeza que posiblemente no sean fieles como las fotos, pero son mis experiencias, mis análisis y deducciones.

Al final, no hice un viaje en tap-tap, el transporte público de la mayoría de los lugareños. Los tap-tap son camionetas, que en la caja de transporte tienen agregado una especie de cerramiento, abierto por la  parte más posterior y que en su interior contiene dos tablones a lo largo que servirán de asiento. En cada tirante caben unas 6 personas (dependiendo del tamaño de la persona). Cuando se agotaron los lugares, algunos optan por sentarse en las piernas del que está sentado. Y he visto hasta una tercer fila de sentados a upa. Luego van parados, en el interior en donde no se puede estar completamente de pie, con las piernas estiradas en su totalidad, hay que ir semi-agachado. Y parado y colgado en el estribo para subir.

También están tap-tap camiones. La diferencia está en la capacidad del vehículo, pero la mecánica es la misma. Para que el vehículo se detenga, el pasajero que quiere bajar tiene que golpear la cabina del conductor.
A veces tiene colgado algún objeto para que el sonido sea mejor. Una amiga vio un cepillo de dientes tan usado que colgaba de un hilo que prefirió dar un golpecito con una moneda propia, antes que agarrar eso. Supongo que se llaman tap-tap por esa razón. No existen paradas definidas, la gente espera en cualquier lado y cuando ve llegar el que va a su destino (todavía no sé cómo los distinguen) extiende el brazo y agita la muñeca de arriba hacia abajo varias veces. Parará si tiene lugar. EL pago es de 10 gurdas a cualquier destino (unos 20 cts de dólar). A eso de las 19:30, no se encuentran más tap-tap. Todo eso me perdí. Y también me di cuenta, a juzgar por las leyendas de casi todos los tap tap, que el transporte es algo que maneja dios. Todas inscripciones alusivas a la bondad del Señor, a la paciencia, al amor, y principalmente, el agradecimiento por haber concedido ese móvil.
Tampoco tomé un taxi, que son motos. Esos cobran 100 gurdas, más o menos a cualquier destino. Si uno llega. Van en contramano, zigzagueando, a la velocidad de la luz… ¡pura adrenalina!
Bueno, eso tampoco.
Pero pude ir a la playa, una experiencia buenísima, pero lamentablemente nunca más voy a ir a otro mar que no sea este. Mar del Plata ¡nunca más! ¿Por qué ir a la playa que siempre hay viento, en donde el agua es helada y al mismo tiempo se les ocurrió ir a otras 100.000 personas? Es cierto que hace mucho que me di cuenta de que eso no me gustaba, se me ocurrió un día que tomando sol en Chapadmalal, un pingüino me quiso robar unas cosas de una bolsa. O sea, agua helada. Y que además, las playas de México son un sueño y ya me habían producido el efecto anti-mar-del-plata, pero hay que decir que el Caribe es algo increíble, con alguna langosta asada cuando te da hambre.

Había oído que la fe mueve montañas, pero después de estos 3 meses tengo que decir que los haitianos lo hacen mucho mejor que la fe. He visto desaparecer una colinita en cuestión de días, a golpe de pico y pala, de las manos de uno o dos hombres, aplanando el desnivel para construir una casa.

También me llevo algunas palabritas en créole: “bagay” (cosa); “pa gen couran” (no hay electricidad) “pa gen…” algo (no hay… algo) “pa gen dlo” (no hay agua). Mwe fi (soy mujer). También los insultos que siempre es útil conocer. Me asombré con el término “neg” que significa “tipo” y me desasombré cuando supe que el origen está en la Constitución primera de este país, que dice que todo aquel que sea haitiano, sea cual sea el color de su piel será llamado “negre” y aquel que no lo sea será “blanc”. (Art. 14: “Los haitianos serán tan sólo conocidos bajo la denominación genérica de negros”) También en ese texto se establece que el mal de Haití era el color blanco, como expresión de repudio a la explotación centenaria de los esclavócratas.

Y en contraposición a ese texto de la Constitución, me llevo mucha bronca de ver cómo este país es la torta que se reparten las ONG. Algunas son completamente concientes que se están enriqueciendo en detrimento de los pobres de Haití y otras creen que han hecho la buena acción de su vida por haberse quedado entre los pobres y ya tienen derecho a muchas cosas. Se sienten con derecho a tratar a los haitianos pobres como negritos desgraciados. La mayoría de los blancos que vi les parece natural la diferencia de clase, la diferencia que el color de la piel traduce en diferencia de clase.
El apartheid en Haití es una realidad disfrazada, pero existe. La esclavitud no está abolida, sólo reformulada. La abolición de la esclavitud y la servidumbre de esa constitución revolucionaria, es hoy esa otra realidad.
Y eso dispara tantas cosas raras, difíciles. No me gustó ser blanca en Haití. Es duro, no porque siempre te quieren cobran 10 veces más, o porque los niños te ven y te piden plata en inglés, que es horrible. Lo que más me dolió fue ver la resignación en general, la aceptación pasiva de esta injusticia taladrante. Pareciera que haciéndole pagar al blanco indiscriminadamente resignarían la necesidad y el derecho de una revolución. Es muy triste.
Es espantoso ver todos esos vehículos de “UN” con tropas armadas circulando y la gente con miedo, es comprensible que lo tengan. Porque como diría Galeano “tienen esa tendencia a violar y matar” y yo he visto algunas veces como la gente agarra las chivitas al paso de esos camiones, de miedo a que se los quiten.

En estos 3 meses vi la plaza Saint Pierre desocuparse, después de 1 año y 10 meses, de las carpas de la gente que quedó sin vivienda después del terremoto. Les dieron 7000 gurdas (unos 175 U$D) para que se vayan y arranquen en otro campo de desplazados. No les dieron plata para una casa, ni les dijeron dónde podían ir. Pero quedaba “feo” esa muchedumbre sucia en una plaza tan bonita. Cuando empezaron a dejar espacios libres (las carpas eran como un rompecabezas en donde no cabía nada más) otras personas intentaron utilizar los lugares vacíos… y los cagaron a palos. Entonces, la plaza quedó vacía. Y ya pusieron dos fuentes de agua con mosaico veneciano y dorados por todas partes. Me parece un insulto.
Pero también algunas imágenes que arrancan la sonrisa, como por ejemplo un señor que lleva sus animales de un lado al otro, por el medio de la ciudad entre los autos. Y se los ve así, con un manojo de sogas, al cuello de cada animal, que pueden ser cabras y cerdos o cabras solas. Unos diez animales, con una soga al cuello como correa, es lo más parecido a los pasea-perros de Buenos Aires. No logré sacarle nunca una foto. ¡Cuánto lo siento! Pero ahí van, caminando apuradas las cabritas, cuesta abajo o cuesta arriba, tirando todas del brazo que lleva las cuerdas.
Me encantó ver cómo llevan todo sobre la cabeza. ¡Es impresionante el peso que resiste una columna humana! Todo en la cabeza: una caja con gaseosas, zapatos, ladrillos, bananas, comida, un televisor, lo que sea. Y un equilibrio prodigioso.
Me causó gracia que los niños chicos se acercaran a tocarme los brazos blancos, que me miraran con los ojos de lechuza y la aclaración de las madres “es que les da miedo”. Lo raro que puede parecer un negro en país de blancos, acá lo es un blanco.

Ya lo sabía, pero me gustó derribar el mito de que “los negros huelen diferente, huelen mal”. ¡No es cierto, señores! Estuve muchísimas veces en lugares llenos de gente y no huelen “a negro”. Siempre huelen a perfume a pesar de las condiciones desgraciadas de Haití y el agua. Y siempre tienen la ropa impecable, sea la condición que sea que tengan.

Y me llevo amigos nuevos, que conservaré seguramente para siempre (¿es mucho? Bueno, espero que para mucho tiempo)
También habrá una columna de las cosas que no son ni buenas ni malas pero que vi. Encabezándola, están todas las personas (varones) que orinan en la calle. Muchos, siempre, a toda hora y en todo lugar. A nadie le parece mal ni raro. ¡Y orinan con esas cajas enormes en las cabezas! Con esa mano… te dan el vuelto, el sachet de agua que te vas a tomar, etc.

Me sorprendió la impudicia de este pueblo. Es frecuente ver personas desnudas en la calle, bañándose en pleno día y a la vista de todos, sea el sexo que sea. Es cierto que las condiciones de alguien que se tiene que desnudar y bañar (y vivir) en la calle no dejan muchas opciones, pero veríamos en otros lados del mundo alguna forma de resguardar las anatomías de las miradas. Por otra parte, nadie observa particularmente los cuerpos desnudos.
Me encantó que no me dijeran cosas en la calle, quiero decir piropos. No hay ese acoso que odio. No me han dicho nada ni he visto que acosen a mujeres. ¡Es tan bueno! ¡Es tanto más fácil andar así!
Me divirtió ver que cuando me quemé al sol y quedé roja como de costumbre, una compañera me dijera “¡qué color raro tenés! ¿Te pica?” Nunca me había puesto a pensar que eso no les pasa a las pieles negras. Es evidente.
Ver el lío del tráfico y la resignación de los conductores es otra cosa. Estuve a punto de bajarme y seguir a pie por las colinas empinadísimas porque no soporto estar detenida. Y los conductores que son impacientes como yo, rebasan por el carril de vuelta, en contramano, hasta que se encuentran con un camión de frente, y se vuelven a meter al carril por el que venían. ¡Y lo dejan entrar! Creo que esa situación en Argentina sería digna de un fusilamiento, o por lo menos, tendría que volver marcha atrás varios kilómetros. Acá no. Se tolera, se admite.
Así, con mil anécdotas, me voy de Haití. Enriquecida, sin dudas, pero con la sensación que no hice nada (yo tampoco) por este país. Nada cambió desde que llegué por mi accionar. No hice nada para cambiar esta realidad. No se puede. Creo que el cambio que realmente haría la diferencia, sería una revolución, que Haití no está listo para hacer ni para recibir. He pensado muchas veces en el origen de esta desgracia, esta maldición de este pobre pueblo. Y hay días en que me digo que arrancó, allá en 1804 siendo un país de esclavos negros, a pesar de la revolución, dominado en muchos casos por negros. Veo el origen de este odio hacia el blanco en aquello de que “la nueva constitución haitiana deberá ser escrita en la piel de un blanco desollado y con la sangre de un negro”. Y otros días pienso que Haití fue (es) el juguete preferido de Estados Unidos y que como en el resto del mundo quieren y pueden decidir qué es bueno y qué no para este pueblo. Y entonces ya son muchas las generaciones que nacieron bajo la invasión y que no saben que se puede ser libres o que ser libres no es esto.
Más de 10.000 ONG haciendo lo que quieren “para ayudar a esta pobre gente”. Y la verdad es que nadie quiere ayudar, lo que la mayoría quiere es irse con más dinero por haber trabajado en condiciones difíciles. Fuera de casos particulares (personales) o de la Brigada Cubana que tiene un plan, todos hacen lo que se les da la gana por el tiempo que se les da la gana. “Yo voy a poner letrinas así”; “y yo, voya poner una cisterna de agua, el agua tiene que conseguirla otro”; “yo quiero hacer una escuela acá. Pero los maestros consígalos usted”; “yo les doy viviendas que durarán 5 años. Después, que alguien más haga algo”. Y MINUSTAH: “yo gastaré 800.000.000 de dólares por año por la seguridad de Haití y yo sé cómo hacerlo”
Así, pues, me voy de Haití.

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