Ya me voy de Haití.
Pasaron los 3 meses y me voy.
Fueron 90 días de
intensidad variable, de cosas vividas muy diferentes, algunas experiencias
lindas, divertidas, indignantes, angustiantes, pero todas sorprendentes.
Me voy con muchas
fotos de mala calidad, ya dije unas cuantas veces que mi cámara es obsoleta,
pero con imágenes en mi cabeza que posiblemente no sean fieles como las fotos,
pero son mis experiencias, mis análisis y deducciones.
Al final, no hice un
viaje en tap-tap, el transporte público de la mayoría de los lugareños. Los
tap-tap son camionetas, que en la caja de transporte tienen agregado una
especie de cerramiento, abierto por la
parte más posterior y que en su interior contiene dos tablones a lo
largo que servirán de asiento. En cada tirante caben unas 6 personas
(dependiendo del tamaño de la persona). Cuando se agotaron los lugares, algunos
optan por sentarse en las piernas del que está sentado. Y he visto hasta una
tercer fila de sentados a upa. Luego van parados, en el interior en donde no se
puede estar completamente de pie, con las piernas estiradas en su totalidad,
hay que ir semi-agachado. Y parado y colgado en el estribo para subir.
A veces tiene colgado algún objeto para
que el sonido sea mejor. Una amiga vio un cepillo de dientes tan usado que
colgaba de un hilo que prefirió dar un golpecito con una moneda propia, antes
que agarrar eso. Supongo que se llaman tap-tap por esa razón. No existen
paradas definidas, la gente espera en cualquier lado y cuando ve llegar el que
va a su destino (todavía no sé cómo los distinguen) extiende el brazo y agita
la muñeca de arriba hacia abajo varias veces. Parará si tiene lugar. EL pago es
de 10 gurdas a cualquier destino (unos 20 cts de dólar). A eso de las 19:30, no
se encuentran más tap-tap. Todo eso me perdí. Y también me di cuenta, a juzgar
por las leyendas de casi todos los tap tap, que el transporte es algo que
maneja dios. Todas inscripciones alusivas a la bondad del Señor, a la
paciencia, al amor, y principalmente, el agradecimiento por haber concedido ese
móvil.
Bueno, eso tampoco.
Pero pude ir a la
playa, una experiencia buenísima, pero lamentablemente nunca más voy a ir a
otro mar que no sea este. Mar del Plata ¡nunca más! ¿Por qué ir a la playa que
siempre hay viento, en donde el agua es helada y al mismo tiempo se les ocurrió
ir a otras 100.000 personas? Es cierto que hace mucho que me di cuenta de que
eso no me gustaba, se me ocurrió un día que tomando sol en Chapadmalal, un
pingüino me quiso robar unas cosas de una bolsa. O sea, agua helada. Y que
además, las playas de México son un sueño y ya me habían producido el efecto
anti-mar-del-plata, pero hay que decir que el Caribe es algo increíble, con alguna
langosta asada cuando te da hambre.
Había oído que la fe
mueve montañas, pero después de estos 3 meses tengo que decir que los haitianos
lo hacen mucho mejor que la fe. He visto desaparecer una colinita en cuestión
de días, a golpe de pico y pala, de las manos de uno o dos hombres, aplanando
el desnivel para construir una casa.
También me llevo
algunas palabritas en créole: “bagay” (cosa); “pa gen couran” (no hay
electricidad) “pa gen…” algo (no hay… algo) “pa gen dlo” (no hay agua). Mwe fi
(soy mujer). También los insultos que siempre es útil conocer. Me asombré con
el término “neg” que significa “tipo” y me desasombré cuando supe que el origen
está en la Constitución primera de este país, que dice que todo aquel que sea
haitiano, sea cual sea el color de su piel será llamado “negre” y aquel que no
lo sea será “blanc”.
(Art. 14: “Los haitianos serán tan sólo conocidos bajo la denominación genérica
de negros”) También en ese texto se establece que el mal de Haití era el
color blanco, como expresión de repudio a la explotación centenaria de los
esclavócratas.
Y en contraposición a
ese texto de la Constitución, me llevo mucha bronca de ver cómo este país es la
torta que se reparten las ONG. Algunas son completamente concientes que se
están enriqueciendo en detrimento de los pobres de Haití y otras creen que han
hecho la buena acción de su vida por haberse quedado entre los pobres y ya
tienen derecho a muchas cosas. Se sienten con derecho a tratar a los haitianos
pobres como negritos desgraciados. La mayoría de los blancos que vi les parece
natural la diferencia de clase, la diferencia que el color de la piel traduce
en diferencia de clase.
El apartheid en Haití
es una realidad disfrazada, pero existe. La esclavitud no está abolida, sólo
reformulada. La abolición de la esclavitud y la servidumbre de esa constitución
revolucionaria, es hoy esa otra realidad.
Y eso dispara tantas
cosas raras, difíciles. No me gustó ser blanca en Haití. Es duro, no porque
siempre te quieren cobran 10 veces más, o porque los niños te ven y te piden
plata en inglés, que es horrible. Lo que más me dolió fue ver la resignación en
general, la aceptación pasiva de esta injusticia taladrante. Pareciera que
haciéndole pagar al blanco indiscriminadamente resignarían la necesidad y el
derecho de una revolución. Es muy triste.
Es espantoso ver todos
esos vehículos de “UN” con tropas armadas circulando y la gente con miedo, es
comprensible que lo tengan. Porque como diría Galeano “tienen esa tendencia a
violar y matar” y yo he visto algunas veces como la gente agarra las chivitas
al paso de esos camiones, de miedo a que se los quiten.
En estos 3 meses vi la
plaza Saint Pierre desocuparse, después de 1 año y 10 meses, de las carpas de
la gente que quedó sin vivienda después del terremoto. Les dieron 7000 gurdas
(unos 175 U$D) para que se vayan y arranquen en otro campo de desplazados. No
les dieron plata para una casa, ni les dijeron dónde podían ir. Pero quedaba
“feo” esa muchedumbre sucia en una plaza tan bonita. Cuando empezaron a dejar
espacios libres (las carpas eran como un rompecabezas en donde no cabía nada
más) otras personas intentaron utilizar los lugares vacíos… y los cagaron a
palos. Entonces, la plaza quedó vacía. Y ya pusieron dos fuentes de agua con
mosaico veneciano y dorados por todas partes. Me parece un insulto.
Pero también algunas
imágenes que arrancan la sonrisa, como por ejemplo un señor que lleva sus animales
de un lado al otro, por el medio de la ciudad entre los autos. Y se los ve así,
con un manojo de sogas, al cuello de cada animal, que pueden ser cabras y
cerdos o cabras solas. Unos diez animales, con una soga al cuello como correa,
es lo más parecido a los pasea-perros de Buenos Aires. No logré sacarle nunca
una foto. ¡Cuánto lo siento! Pero ahí van, caminando apuradas las cabritas,
cuesta abajo o cuesta arriba, tirando todas del brazo que lleva las cuerdas.
Me encantó ver cómo
llevan todo sobre la cabeza. ¡Es impresionante el peso que resiste una columna
humana! Todo en la cabeza: una caja con gaseosas, zapatos, ladrillos, bananas,
comida, un televisor, lo que sea. Y un equilibrio prodigioso.
Me causó gracia que
los niños chicos se acercaran a tocarme los brazos blancos, que me miraran con
los ojos de lechuza y la aclaración de las madres “es que les da miedo”. Lo
raro que puede parecer un negro en país de blancos, acá lo es un blanco.
Ya lo sabía, pero me
gustó derribar el mito de que “los negros huelen diferente, huelen mal”. ¡No es
cierto, señores! Estuve muchísimas veces en lugares llenos de gente y no huelen
“a negro”. Siempre huelen a perfume a pesar de las condiciones desgraciadas de
Haití y el agua. Y siempre tienen la ropa impecable, sea la condición que sea
que tengan.
Y me llevo amigos
nuevos, que conservaré seguramente para siempre (¿es mucho? Bueno, espero que
para mucho tiempo)
También habrá una
columna de las cosas que no son ni buenas ni malas pero que vi. Encabezándola,
están todas las personas (varones) que orinan en la calle. Muchos, siempre, a
toda hora y en todo lugar. A nadie le parece mal ni raro. ¡Y orinan con esas
cajas enormes en las cabezas! Con esa mano… te dan el vuelto, el sachet de agua
que te vas a tomar, etc.
Me sorprendió la
impudicia de este pueblo. Es frecuente ver personas desnudas en la calle,
bañándose en pleno día y a la vista de todos, sea el sexo que sea. Es cierto
que las condiciones de alguien que se tiene que desnudar y bañar (y vivir) en
la calle no dejan muchas opciones, pero veríamos en otros lados del mundo
alguna forma de resguardar las anatomías de las miradas. Por otra parte, nadie
observa particularmente los cuerpos desnudos.
Me encantó que no me
dijeran cosas en la calle, quiero decir piropos. No hay ese acoso que odio. No
me han dicho nada ni he visto que acosen a mujeres. ¡Es tan bueno! ¡Es tanto
más fácil andar así!
Me divirtió ver que
cuando me quemé al sol y quedé roja como de costumbre, una compañera me dijera
“¡qué color raro tenés! ¿Te pica?” Nunca me había puesto a pensar que eso no
les pasa a las pieles negras. Es evidente.
Ver el lío del tráfico
y la resignación de los conductores es otra cosa. Estuve a punto de bajarme y
seguir a pie por las colinas empinadísimas porque no soporto estar detenida. Y
los conductores que son impacientes como yo, rebasan por el carril de vuelta,
en contramano, hasta que se encuentran con un camión de frente, y se vuelven a
meter al carril por el que venían. ¡Y lo dejan entrar! Creo que esa situación
en Argentina sería digna de un fusilamiento, o por lo menos, tendría que volver
marcha atrás varios kilómetros. Acá no. Se tolera, se admite.
Así, con mil
anécdotas, me voy de Haití. Enriquecida, sin dudas, pero con la sensación que
no hice nada (yo tampoco) por este país. Nada cambió desde que llegué por mi
accionar. No hice nada para cambiar esta realidad. No se puede. Creo que el
cambio que realmente haría la diferencia, sería una revolución, que Haití no
está listo para hacer ni para recibir. He pensado muchas veces en el origen de
esta desgracia, esta maldición de este pobre pueblo. Y hay días en que me digo
que arrancó, allá en 1804 siendo un país de esclavos negros, a pesar de la
revolución, dominado en muchos casos por negros. Veo el origen de este odio
hacia el blanco en aquello de que “la
nueva constitución haitiana deberá ser escrita en la piel de un blanco
desollado y con la sangre de un negro”. Y otros días pienso que Haití fue
(es) el juguete preferido de Estados Unidos y que como en el resto del mundo
quieren y pueden decidir qué es bueno y qué no para este pueblo. Y entonces ya
son muchas las generaciones que nacieron bajo la invasión y que no saben que se
puede ser libres o que ser libres no es esto.
Más de 10.000 ONG
haciendo lo que quieren “para ayudar a esta pobre gente”. Y la verdad es que nadie
quiere ayudar, lo que la mayoría quiere es irse con más dinero por haber
trabajado en condiciones difíciles. Fuera de casos particulares (personales) o
de la Brigada Cubana que tiene un plan, todos hacen lo que se les da la gana
por el tiempo que se les da la gana. “Yo voy a poner letrinas así”; “y yo, voya
poner una cisterna de agua, el agua tiene que conseguirla otro”; “yo quiero
hacer una escuela acá. Pero los maestros consígalos usted”; “yo les doy viviendas
que durarán 5 años. Después, que alguien más haga algo”. Y MINUSTAH: “yo
gastaré 800.000.000 de dólares por año por la seguridad de Haití y yo sé cómo
hacerlo”
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