sábado, 15 de octubre de 2011

14.- ¿Somos lo que comemos?

Aparentemente, somos lo que comemos. Así se dice. Esto querrá significar que la calidad de los alimentos que ingerimos, hará a nuestra salud general. O tal vez, que si comemos una considerable cantidad de vitaminas en buenos vegetales tendremos una piel lozana, la mirada con un brillo sano, las defensas naturales estarán fortalecidas, etc. Y si tenemos buena ingesta de proteínas, las funciones vitales del cuerpo se llevan a cabo sin problemas, el cerebro se desarrolla perfectamente si es que está en desarrollo y todo eso. Si incorporamos un poquito (lo justo) de colesterol (esto es rarísimo: hay un colesterol “bueno” y uno “malo”) nos permite fabricar hormonas sexuales y todo lo que implica y de yapa, una piel sedosa. Y desde ya, los hidratos de carbono nos permiten andar, es la energía de acceso inmediato para poder funcionar.
La carne en Haití tiene un gusto raro, que a mí no me gusta. He comido empanadas hechas con carne de acá y a pesar del condimento tiene ese fondo raro, que no atino a darme cuenta a qué me hace acordar. He comido comida créole, y tiene ese gustillo; hamburguesas, con tocino y bien ahumadas, yo le siento ese sabor que me disgusta. Y es fácil imaginarse que los cerdos, los “cabrit” (que en créole quiere decir… ¡cabrito!) y cualquier animal, anda alimentándose de basura por ahí, la carne forzosamente tendrá un sabor diferente a un animal, por poner un ejemplo, que se alimenta pastando en la Pampa. Ver a los cerdos por cualquier lado, en las calles o en los cerros, revolcándose en las alcantarillas abiertas que son las cloacas de Haití, no da mucha confianza. Ver a las cabritas rompiendo bolsas de basura y comiendo eso y gallinas que las secundan, te da como una sensación rara.
Las cabras, los cerdos, las gallinas, serán lo que comen. Tal vez de allí el gusto raro. Quién lo sabe.
Me puse a pensar qué soy yo entonces, a partir de lo que como: queso (mucho), verduras orgánicas haitianas porque no existen otras, frutas riquísimas y exóticas, las nueces de la mañana, los mates, los jugos… podría decirse que tengo buena que salud, que soy un ser “cubierto”, de necesidades cubiertas y que elije no comer de esta carne de gusto raro.
Buscando animales por la ventana, a ver si se cumple mi teoría de la comida, veo un señor pasar. Aunque está un poco lejos, puedo ver que es delgado, que camina rápido, se rasca el brazo y trato de pensar qué será ese hombre. Es decir, qué comerá ese hombre a partir de lo que veo. Rápidamente me pongo a pensar qué será Berlusconi, por ejemplo. En esta línea de “somos lo que comemos”, ¿qué comerá el premier para ser lo que es? De seguro come pastas, ajo, tomates…. ¿Pero qué será lo que lo hace il Cavaliere? ¿Qué será lo que come Condolezza Rice? No caigamos en la fácil de preguntar qué come Dominique Strauss-Kahnn o el cura Grassi.
Pero me fui para el lado inverso del razonamiento. Estábamos en somos lo que comemos y no forzosamente la ecuación se puede verificar en  las dos direcciones.
Pero entonces, digo yo… visitando pueblitos perdidos en Haití, me tocó presenciar un cuestionario de salud que se le hacía a los pobladores en donde en una de las partes se les preguntaba “¿qué comió en todo el día de ayer?” y muchas veces la respuesta era “una banana”; “un mirliton” (que en el norte argentino se llama “papa de agua” y es ideal para quienes hacen dieta para adelgazar, tan pocas son las calorías que tiene); también puede que digan que comieron un choclo en todo el día. Y así.
Pensando siempre en que “somos lo que comemos”, la pregunta sería: ¿qué son la mayoría de los haitianos?

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