Aparentemente, somos lo que comemos. Así se dice. Esto querrá
significar que la calidad de los alimentos que ingerimos, hará a nuestra salud
general. O tal vez, que si comemos una considerable cantidad de vitaminas en
buenos vegetales tendremos una piel lozana, la mirada con un brillo sano, las
defensas naturales estarán fortalecidas, etc. Y si tenemos buena ingesta de
proteínas, las funciones vitales del cuerpo se llevan a cabo sin problemas, el
cerebro se desarrolla perfectamente si es que está en desarrollo y todo eso. Si
incorporamos un poquito (lo justo) de colesterol (esto es rarísimo: hay un
colesterol “bueno” y uno “malo”) nos permite fabricar hormonas sexuales y todo
lo que implica y de yapa, una piel sedosa. Y desde ya, los hidratos de carbono
nos permiten andar, es la energía de acceso inmediato para poder funcionar.
La carne en Haití tiene un gusto raro, que a mí no me gusta.
He comido empanadas hechas con carne de acá y a pesar del condimento tiene ese
fondo raro, que no atino a darme cuenta a qué me hace acordar. He comido comida
créole, y tiene ese gustillo;
hamburguesas, con tocino y bien ahumadas, yo le siento ese sabor que me
disgusta. Y es fácil imaginarse que los cerdos, los “cabrit” (que en créole
quiere decir… ¡cabrito!) y cualquier animal, anda alimentándose de basura por
ahí, la carne forzosamente tendrá un sabor diferente a un animal, por poner un
ejemplo, que se alimenta pastando en la Pampa. Ver a los cerdos por cualquier
lado, en las calles o en los cerros, revolcándose en las alcantarillas abiertas
que son las cloacas de Haití, no da mucha confianza. Ver a las cabritas
rompiendo bolsas de basura y comiendo eso y gallinas que las secundan, te da
como una sensación rara.
Las cabras, los cerdos, las gallinas, serán lo que comen.
Tal vez de allí el gusto raro. Quién lo sabe.
Me puse a pensar qué soy yo entonces, a partir de lo que
como: queso (mucho), verduras orgánicas haitianas porque no existen otras,
frutas riquísimas y exóticas, las nueces de la mañana, los mates, los jugos…
podría decirse que tengo buena que salud, que soy un ser “cubierto”, de
necesidades cubiertas y que elije no comer de esta carne de gusto raro.
Buscando animales por la ventana, a ver si se cumple mi
teoría de la comida, veo un señor pasar. Aunque está un poco lejos, puedo ver
que es delgado, que camina rápido, se rasca el brazo y trato de pensar qué será
ese hombre. Es decir, qué comerá ese hombre a partir de lo que veo. Rápidamente
me pongo a pensar qué será Berlusconi, por ejemplo. En esta línea de “somos lo
que comemos”, ¿qué comerá el premier para ser lo que es? De seguro come pastas,
ajo, tomates…. ¿Pero qué será lo que lo hace il Cavaliere? ¿Qué será lo que come Condolezza Rice? No caigamos en
la fácil de preguntar qué come Dominique Strauss-Kahnn o el cura Grassi.
Pero me fui para el lado inverso del razonamiento. Estábamos
en somos lo que comemos y no forzosamente la ecuación se puede verificar
en las dos direcciones.
Pero entonces, digo yo… visitando pueblitos perdidos en
Haití, me tocó presenciar un cuestionario de salud que se le hacía a los
pobladores en donde en una de las partes se les preguntaba “¿qué comió en todo
el día de ayer?” y muchas veces la respuesta era “una banana”; “un mirliton” (que en el norte argentino se
llama “papa de agua” y es ideal para quienes hacen dieta para adelgazar, tan
pocas son las calorías que tiene); también puede que digan que comieron un
choclo en todo el día. Y así.
Pensando siempre en que “somos lo que comemos”, la pregunta
sería: ¿qué son la mayoría de los haitianos?
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