miércoles, 5 de octubre de 2011

11.- Yendo a Mirebalais

El día de ayer no empezó muy bien. Me había dado cita a las 6 de la mañana (por lo que tuve que levantarme 4 y media) en un lugar que por supuesto, yo no conocía pero confiaba en el chofer que me llevaría. Luego de andar bastante, llegamos al lugar pero, era en el medio de la nada, donde había un pie de montaña, un río caudaloso y cabras. No tenía señal en el teléfono por lo que volvimos un poco sobre nuestros pasos para poder llamar. Habíamos ido a dar a cualquier sitio, menos al convenido y para poder llegar donde nos estaban esperando, ahora las 6:30 el tráfico se había vuelto un infierno. 300 metros en 20 minutos. Era raro ver que una chica descalza iba mucho más rápido que nosotros en una formidable 4X4. Y así tuve tiempo para observar cómo me gusta!) la gente: una señora con una peluca muy rubia, muy coqueta con su marido de gorra canchera que pasan a nuestro lado conversando; un papá que lleva a su nena a la escuela, porque ayer empezaron por fin las clases, con unas trenzas y unos moños preciosos en la cabecita; queda también a la par nuestra pero en el otro sentido, un tap tap, (el transporte público/privado que es una camioneta o camión a cuya caja de transporte se le ha agregado dos tablones a lo largo que sirven de asiento. Caben en una pick up unas 5 personas de cada lado, pero pueden agregarse una segunda fila en las piernas de los primeros) y sólo se pueden ver las cinturas de las personas y me imagino sus caras a partir de esa región visible; un policía que va y viene tratando de ver qué se puede hacer para que esto se desanude y se da cuenta que no hay nada que hacer; vuelve la señora con la peluca rubia y su marido… Veo a una mujer que revisa un container de basura que debe tener un mes de acumulación con la consiguiente pudrición y si ya es denigrante revisar la basura en el primer mundo, lo que significa estar revisando la basura en Haití, no tiene nombre.

Pero por fin llego a destino. Me esperan los Médicos del Mundo (Argentina) para irme con ellos a una actividad en la localidad de Mirebalais.

Se trata de la preparación de brigadas voluntarias para frenar el cólera y de paso, otras cositas.

Hicimos el viaje en auto con chofer (como siempre) por entre las  montañas y vi paisajes hermosísimos. También un caballo atropellado, y abandonado en el medio del camino.

La ruta era de dos vías pero en muy buen estado. Lo malo es que la persona que manejaba, lo hacía por la izquierda. Al cabo de unas cuantas curvas me animé a preguntarle si había aprendido a manejar en Inglaterra. Le sorprendió un poco la pregunta y creyó que se lo decía por lo bien que manejaba…. Y no. De ese comentario pasé a rogarle, cada 2 ó 3 curvas, que condujera por la derecha. ¡Y le causaba una gracia! Llegué a destino con una considerable contractura cervical. Hay que tener en cuenta que las rutas son muy transitadas por camiones que yo considero de carrera. Así que un encuentro frontal en una curva representaría la muerte segura. Aunque instantánea, eso sí.
Y llegamos a Mirebalais, (que está camino a la frontera con República Dominicana. Por suerte el paisaje era muy verde, porque la pobreza de las casitas que se veían, era desolador. Pero al menos la vegetación mitiga un poco el sol, el calor, el desamparo.)

La comunidad nos esperaba en una iglesia que no era como las que yo conozco. El techo es de zinc, a dos aguas, los bancos son de madera como para 4 personas pero se sientan 5, las paredes son de cemento sin pintar, solo unas inscripciones con letra verde y despareja, como por ejemplo “niño de dios” o “herederos de la fe” y en vez de una imagen de jesús, un ramo de flores. Y en vez de imágenes de apóstoles o santos, unos pies de madera para apoyar las lámparas de querosén. Y en vez de ostentosos vitraux (como por ejemplo los de Notre Dame de París) ladrillos huecos, que dejan pasar la luz y el aire. Infaltable el equipo de sonido para cantar. Unos 65 promotores, todos con gorra y camiseta de Médicos del Mundo, y otras 100 personas nos esperaban y cuando entramos, pasando por toda la gente hasta las sillas que nos esperaban delante de todo, nos aplaudieron. El educador, un habitante del lugar, nos presentó y nos hizo hablar, con un megáfono. Yo pude hacerlo en francés, les dije que me alegraba de estar ahí y que me recibieran tan afectuosamente y que esperaba poder trabajar junto a los Médicos. Otro aplauso como si fuera un discurso extraordinario. Al rato se me acerca un muchacho sorprendido de lo bien que hablo francés. Y me dice que el cólera es culpa de la MINUSTAH. Y yo sé que tiene razón. La MINUSTAH lo sabe. Y como en Haití todo tiene un preámbulo larguísimo, antes de salir a acompañar a la brigada, hay que hacer varias cosas: una obra de teatro (todo en créole) que representa una situación de transmisión de cólera por las manos sucias; unas indicaciones sobre lo que viene; otra arenga por parte de otro educador; una oración para que todo salga bien. Y salimos.
Vamos de casa en casa con un cuestionario que tiene por  un lado preguntas de tipo censo (cantidad de personas, escolaridad, etc) y otras de salud, del tipo “¿se lava las manos antes de comer?” Al final de la entrevista se le dan las indicaciones (si hiciera falta) de modificar alguna conducta y le entregan a cada casita una bolsa que contiene sales de rehidratación, un jabón, sales para preparar un galón de cloro a concentraciones adecuadas (con cinco gotitas de este galón potabilizan un litro de agua en 10 minutos) y preservativos, que no se usan contra el cólera pero que vienen bien. El sol raja la piel. Estoy colorada y los chicos me vienen a mirar en grupitos de 4 o 5 y alguno se acerca a tocarme el brazo y sale corriendo. Otro chiquito se acerca y en creole me dice algo que no entiendo, pero sé que me pide algo. Me traducen que pregunta si tengo algo para jugar. Y me parte el alma. Observo que en las casas no hay juguetes, ni una pelota pinchada como en cualquier patio de Argentina. Ni una muñeca vieja sin cabeza, ni un autito sin ruedas. No hay objetos en los alrededores de las casas. No se ve una escoba. No hay nada. Animales sueltos, mayormente cabras y gallinas, también cerdos y patos. Perros, no. Gatos, ni en dibujos. Y me explican que los perros son bastante odiados, porque los franceses los usaban “para comer negros” y que los gatos maúllan cuando están en celo que parece que tuvieran al diablo adentro. Después vuelven los chicos y les causo risa. Un muchacho me cuenta que cuando él era niño le temía a las “personas como yo” o sea le temía a los blancos. Que cuando pasaba un blanco por la calle, él se metía a su casa del miedo que le daba. Que su madre no lo dejaba que tocara a su abuelo porque era mulato. Y creo que el odio ancestral a los perros acompaña al temor a los blancos. En una de las casas hay un bebé que está fastidioso y molesta a su mamá que responde al cuestionario, entonces me ofrezco a tenerlo en brazos y ni bien lo levanto el nene queda quieto y me mira. Su nombre es Valdéz y tiene los pelos para arriba.
Con Valdez a upa
En otra de las viviendas una señora baña a su bebé. Prepara un fuentón con una cantidad de agua que apenas tapa los tobillos del chiquito.

Volvemos a la iglesia todos a que les den un refrigerio (un pancho a cada uno) y todos salen diciendo “panchito”.

Salimos para otra localidad esta vez, en una escuela de características edilicias similares a la iglesia, pero con pizarrón. Pero allí sólo repartimos las camisetas y las gorras a los promotores que en una próxima asamblea se organizarán para cuadricular la zona y distribuir el terreno a cada uno. La emoción que tienen al recibir estas camisetas es enorme, se las ponen inmediatamente sobre la ropa y hace un calor del infierno. Yo he tenido que sacarme las medias, no sé por qué me puse. De lejos veo que unas chiquitas me miran en la tarea y se ríen.

Finalmente volvemos, tomamos la ruta de vuelta, siempre por la izquierda, siempre implorando. Volvemos a pasar por los lugares que están casi intactos a pesar del cambio de luz, está atardeciendo y la iluminación es rosada. Llueve intensamente en la cima de la montaña, ahí donde el caballo está muerto y ahora hay un perro que lo está empezando a comer. Supongo que en breve serán dos los cadáveres, uno de caballo y otro de perro. Ansío poder bañarme y comer algo.

Y así, llego a mi casa, después de largas horas de auto, no tanto en la montaña sino más bien en los “bloquis” de la ciudad. Entre el tráfico, las luces y las bocinas de los autos con conductores enloquecidos.



1 comentario:

  1. Hola Vero!!!! acabo de leer tu crónica, qué experiencia inolvidable!!!!! qué bueno lo que estas haciendo, contame un poco más cómo llegaste a este proyecto...creo que me perdí una parte.
    Te mando un abrazo muy grande!y contá conmigo para lo que necesites. Desde el canal sólo puedo darte colecciones de dvd,con material de Encuentro y Pakapaka de excelente calidad, pero imagino que son de muy poca utilidad en esos lugares...lamentablemente.
    Beso grande! y te sigo...
    Pato Pinella

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