Podríamos decir que los haitianos son los uruguayos del
habla francesa. O los mexicanos, por qué no.
En Argentina nos sorprenden los nombres que portan en
Uruguay porque –al menos hasta hace muy poco- a nosotros sólo se nos permitía los
del santoral. Y los vecinos del Río de la Plata se llaman Wilson, Nuble, Washington y Franklin. Pero van más lejos aún y se
registran nombres tales que: Flash,
Pejerto, Democrático Palmera, Feo Lindo, Walt Disney, Daniel Pistola y Libre
Albedrío, por citar algunos.
Recuerdo
que estando en México, en la escuela secundaria estudiábamos el inciso que en
la constitución enunciaba la libertad de elección del nombre del hijo. Así, nos
contaba el profesor, un poco divertido y un poco amargado por la “ignorancia”
de sus compatriotas, que a un niño le habían puesto por nombre “Onedollar” (sí:
one dollar todo junto). Otro niño se llamaba “Viva México” y así.
Imagino
esos niños con su documento en la mano con nombre y apellido, anotados
legalmente en el registro civil.
Pero
en Haití, no toda la gente tiene la suerte de poder anotar al recién nacido
puesto que para eso hay que pagar. Así que la mayoría satisface su deseo en su
totalidad y le pone a sus hijos como se le da la gana.
Entonces
se encuentran muchos “Voltaire” o incluso “Robespierre” e invariablemente uno
piensa en revolución y rebelión.
En
su mayoría los nombres de varón son franceses y compuestos: Jean-Louis, Jean
Marc, Louis Philippe, etc.
He
notado, en cambio, que las mujeres tienen más nombres españoles, franceses o
ingleses: Fabiola, Eveline, Malory, Sabine, Sheyla, etc.
Luego
están los nombres autóctonos que son una mezcla de quién sabe qué lenguas y que
son inventados según el individuo, aunque no tengan un significado concreto.
Por ejemplo, algunos nombres de mujer: Mitza, Wena, Wina, Tarcilia, Nirva,
Choupite, incluso Chimen que en créole quiere decir camino.
Y de
varón: Dadou, Previlon, (ojo con este) Fenol (es el nombre de un alcohol muy
utilizado en la industria), Wisby. Conocí un muchacho que se llama Riclés y ese
es el nombre de un medicamento para la indigestión (vas a la farmacia y pedís
“deme un Riclés menthe” cuando no das más de los vómitos o del ataque al
hígado).
Y
también están las combinaciones, la unión de dos palabras para dar el nombre.
En esta asociación encontramos lo que queramos, o lo que hayan querido los
padres, por ejemplo Assefy (bastante niña) o Assegasso (bastante niño) en
créole.
Pero
lo que me ha dejado azorada son los nombres que estarían en esta categoría de
unión de dos palabras pero que la primera de ellas es la palabra “Dios”.
Así
tenemos los siguientes nombres:
Dieuseul
(Sólodios)
Dieubéni
(Diosbendito)
Dieufaite
(Dioshace)
Dieuvenu
(Diosvino)
Dieujuste
(Diosjusto)
Dieudonne
(Diosda)
Dieusibon
(Diostanbueno)
Y en
Créole, Dyela (que en francés hubiera sido Dieuestla, o sea Diosestáaquí) y
Mesidye (Mercidieu = Graciasdios).
Y lo
que quieran con Dios. Diospromete, Diosda, Diosgracias, etc., hasta llegar a un
simple y llano “Dieu” (Sí: Dios.
Imagino que en alguna situación alguien le puede decir: “pero ¿quién te creés
que sos? ¿dios?”)
En
todos los casos de los nombres se le puede anteponer el prefijo “Ti” que
significa pequeño (del francés petit) y haría un diminutivo.
Ti
Noel. Ti Malice. Ti Jean-Louis.
Resta
saber quiénes se llevan las palmas en el ingenio de los nombres: uruguayos,
mexicanos o haitianos.
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