En Puerto Príncipe hay sonidos muy distintos de los de Buenos Aires. Y hay sonidos de día, y sonidos de noche.
Muchos son los pájaros que se diferencian, mezclados con cabras y vacas. Sonidos lastimeros de un mugido doloroso. Y voces incomprensibles del créole, una lengua antigua como la injusticia de los negros traídos como esclavos, que se contaminó de las palabras modernas (o no tanto) del francés. Téléphone, télévision, internet… Este idioma parece haber erradicado las r y en su lugar puso una “w”. Así las palabras que empiezo a adivinar quedan, por ejemplo de la siguiente manera: “Bonyuw. Comá avé vu dowmi oyuwduí? Vu twuvé yolí Aiyiti? Vu pwené le bus?” Etc. Y esto se acompaña de una simplificación del francés que empeora el entendimiento! Pero por ahora me divierte. Escucho la radio para entrenar el oído. Y ¡eso! ¡El sonido de la radio! A todas las estaciones, las podríamos dividir en 3 grupos: el que hablan en un bastante buen y entendible francés, las que pasan música variada y las que hablan en créole. A su vez, las que hablan las hay de 3 tipos: las que son un lamento en seco, con el locutor (casi siempre varón) gritando alguna denuncia, opinando con fervor sobre alguna injusticia con un tono severo de protesta; las que hablan de religión (se pescan palabras que evidencian que de esto se trata) y las amigables, que comentan en tono de relato, simplemente. Pasando por las diversas estaciones me enteré del accidente en Flores, ayer, de un colectivo y dos trenes. ¿No es increíble?
Existen unas lagartijas que no deben medir más de una palma, de color beige, panza blanca y ojitos muy negros (¿puede ser algo muy negro? ¿O negro es de una sola intensidad?) que emiten un sonido fortísimo, una especie de silbido que distrae la conversación y llama la atención.
También están las gallinas que andan sueltas por todas partes cacareando y haciendo al sonido de este lugar.
En esta época no se pueden obviar los truenos que amenazan, casi siempre promesas incumplidas, con una poderosa lluvia. Y luego el caer del agua.
La bocina de los autos es un medio de comunicación desaforado. Hay muchísimos coches en Port-au-Prince. Demasiados. Daría la impresión que hay más autos que gente. Y no hay lugar para todos. Especialmente para estacionarse. Entonces paran en cualquier lugar y viene el consabido apretón de la bocina. Un ruido intenso, brillante y laaaaaaaaaaaaargo. A nadie se le mueve un pelo. Por suerte los bocinazos son de a uno. No se pone a sonar la cola entera de autos, sino solo el primer afectado. Es una suerte.
Pero todos los sonidos son tapados por el bramido de muchos motores en diversos puntos de la ciudad, de la cercanía de donde uno se encuentre: son los generadores de electricidad. Haití, Port-au-Prince en particular, no tiene electricidad y cada uno que puede, se agencia un generador. Cuando se apaga uno que se siente a 50 metros al oeste, se enciende otro al este al mismo tiempo que otro al norte y así…
Y luego están los sonidos que no se oyen pero se ven: las caras de los negros sufrientes que deberían estar gritando, la pobreza que lastima, la basura que prepondera entre los nenes, la esclavitud que no termina de irse de Haití.
Y lamentablemente, no se oyen tambores vudús llamando a la rebelión.
¡Arriba los negros del mundo, de pie…!
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