martes, 20 de septiembre de 2011

01.- Primeras impresiones

Ya llegué. Haití es un país… no puedo decir en realidad cómo es. Tengo algunas primeras impresiones que tal vez reafirme al cabo de 3 meses o no. Seguramente no dejarán de ser pequeñas impresiones u opiniones sobre una realidad inmensa en la que viviré durante ese tiempo.
Al llegar, el avión entra por la parte que da al mar, la parte baja de Puerto Príncipe. Sobrevuela una buena parte de la ciudad y todo lo que se ve correspondería a lo que para nosotros sería una villa miseria. Todas casitas de chapa, ordenadas, muy pobres. No se ve ni una construcción sólida, ningún edificio o cosa similar. La playa que se percibe es fea, sucia, llena de barquitos pequeños que, según me dijeron, son de pesca artesanal. No hay pesca verdadera en Haití, un país que tiene de todo en el mar, sin explotar.
Se abre la puerta del avión, pero tenemos que esperar, todos de pie mientras no sé qué y finalmente bajamos a un calor abombante, denso, húmedo. Nos hacen subir a un bus, uno solo en donde tenemos que entrar todos muy apretados y bajamos a una especie de galpón, con un toldo que hace de galería que dice “bienvenue à Haiti”. Todas las personas son negras y hablan en créole, un idioma muy difícil de entender (al menos todavía). Yo esperaba que tuviera mucha más mezcla de francés, pero sólo algunas palabritas mechadas. (luego vi una publicidad, con unos muchachos con una cerveza “prestige” en la mano y que decía en créole: “bo tam, move tam, toujou prestige”. Excelente! jajaja)
Paso a migraciones, un morocho (mmm… negro en realidad, jajaja) me pregunta si es la primera vez que estoy en Haití. Entonces, ¡bienvenida! Declaro mis cosas en la aduana (la compu, las cámaras) me lo sellan y me lo quitan. No sé para qué declaro las cosas que no me dejan constancia de que las entré.
Paso a buscar las valijas en dos cintas que hay dentro del galpón y hay muchísima gente esperando. No hay carteles ni nadie que indique por donde van a salir. Arranca una y la otra al rato. Tiran las valijas en las cintas como si fueran otra cosa, sin cuidado. Incluso una silla de ruedas que se rompe. Nadie se inmuta. Recogen el pedazo y sigue girando. Levanto el equipaje y salgo a donde me están esperando. Charlamos en la camioneta (siempre 4X4) y me invitan a comer a un restaurant italiano. En el camino, que es muy precario, lleno de pozos y banquinas que invaden el asfalto, hay muchísimos autos. A pesar de que es domingo. Todo Puerto Príncipe es pobre y está lleno de campamentos de gente que quedó sin hogar por el terremoto. Esto, son amontonamientos de carpas de plástico muy precarias con baños químicos acá y allá. Llegamos al lugar para comer y en la calle donde se estaciona el chofer para dejarnos (él nos espera en la entrada, no viene con nosotras) de un lado está un campamento (terrible) y en frente, donde nos metemos, un guardia del restaurant con un arma larga. Es espantosa la sensación que me produce. Me pone mal. ¿Tendré que cambiar? ¿Me pasará de largo esta situación de ver que hay personas armadas, todas cuidando de los blancos? Fatal. Me hizo acordar a un extracto de “El reino de este mundo” que leí recientemente, en donde el personaje central, un esclavo, descubre que en donde se está construyendo el palacio del rey (un negro quien él mismo había sido esclavo y se autoprocalama rey), los esclavos son maltratados por otros negros, armados y beligerantes. Por todos lados veo gente armada. Parece ser que la situación es difícil, por llamarla de alguna manera. ¡Es que hay tanta necesidad descubierta!
En fin, vamos a ver lo que será mi casa, un departamento a estrenar, muy lindo y me recibe el dueño, Monsieur Thompson. Un negro de unos 60 años muuuuy amable que me muestra todo y que vive arriba. No suelen ser serviciales los haitianos, me dicen. Él lo es. Pero falta la conexión del gas, del internet y mi teléfono celular. Todo está comprendido en el alquiler. Así que me voy a la casa de un aconocida. Estoy muerta de cansancio y apenas son las 5 de la tarde. Así que nos vamos, me comunico con Éric, Manuel, mis viejos. Las casas “buenas” están en lo alto, en Petion-ville, desde donde se ve el bajo y donde circula una brisita deliciosa. Todo es mejor en el alto, pero tener que bajar a trabajar, significan más de una hora de ida y otra de vuelta.
Por ese primer día, nada más. Ceno y me voy a desmayar a la cama.

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