Hoy mi jornada laboral fue de 12 horas. Un poco más. Más allá de la duración, de los minutos, del tiempo fuera de casa, fue el sucederse.
Tenía una entrevista con un funcionario de la MINUSTAH, había arreglado la cita el jueves, para vernos hoy lunes. Para estar allá, donde el diablo perdió el poncho, o mejor dicho donde los yanquis tienen su búnker de embajada y un poco más allá (al lado) tuve que salir de mi casa a las 8:30. Las colinas, el tráfico, la pobreza de los caminos hace que para todo uno tenga que salir con mucha anticipación. Y allí voy, en la 4X4 con chofer, ya eso es un horror. Y vamos pasando por los caminos, yo voy filmando con la camarita y me da vergüenza grabar la pobreza de esa gente que no puede ni esconderse. Entonces paro un poco. De repente vamos por el medio de dos montañas con casitas construidas en las laderas, como una pintura, un cuadro de casitas en las laderas. Y entre eso y mi cámara se interponen permanentemente las imágenes más crueles de la pobreza, la indigencia, la injusticia. Avanzamos y pasamos por la casa del presidente; un caserón amurallado con militares en la puerta. Una mansión impresionante, especialmente en contraste con las carpas de plástico y todo esa mayor parte de Haití. Pregunto si es el equivalente a la Quinta de Olivos, la casa de los presidentes argentinos, y me dicen que no, que esta es su casa particular, no la que le proporciona el estado. Y pasan los carteles de propaganda oficialista en donde se ve al presidente abrazado a una viejita negra canosa, sin dientes (debe vivir en una de las carpas). Ella apoya la cabeza en el pecho del presidente de dientes perfectos y pelada lustrosa, la oreja en la corbata púrpura que combina con el traje gris casi plateado. En creole dice “Viktwa” o sea, victoria. Seguimos adentrándonos, pasando por caminos tan enroscados que parece mentira que estén hechos para autos, en gran parte asfaltado y en mayor, agujereados.
Pasamos por un cementerio que está tan bien cuidado que me pregunto cómo puede ser que los muertos tengan casas y los vivos no. Este es el país de los zombis y se me ocurre que la manera de vivir bien es estando muerto (véase la película “amores de un zombi candidato a presidente” del realizador haitiano Arnold Antonin). Más lejos. Más lejos, empezamos a ver muchos vehículos blancos con las letras “UN” en negro. Nos acercamos a destino. Llegamos al lugar y la persona que me citó no estaba. Me voy frustrada pero volveré en un rato, a las 14, para lo que tendré que salir como a las 13. Ya son las 10 y media… bah, voy y vengo. De todos modos no hubiera podido entrar porque no llevaba mi pasaporte. Vuelvo lo agarro, salgo corriendo otra vez y todo el caminito de vuelta, parece que nada se ha movido: los mismos muchachos sentados en cuclillas agarrándose la cabeza, el codo colgando sin fuerza; las mismas cabras balantes, los mismos plásticos flotando en lugar de techos verdaderos, la misma opulencia de los que tienen mucho dinero. Y lleno de soldados de la ONU, ¿qué hacen acá? ¿Por qué hay soldados? ¿Por qué están tan armados? ¿Por qué van de fajina? ¿Por qué tantos? ¿Por qué tropas de todo el mundo? ¿Pero cuántos serán? Los haitianos los odian, los culpan de masacres, malos tratos y en especial de la epidemia de cólera que se dificulta muchísimo erradicar y que ya se ha cobrado miles de vidas.
En fin, a las 14 tampoco tuve suerte, no sé qué ha pasado y me voy con un signo de pregunta en la cabeza. Al llegar a la oficina me explican que ese ha sido un desatino diplomático… no de mi parte, por supuesto, el dejarme plantada.
Pasan un par de horas, mando unos mails, acomodo papeles, llega el momento de irse, son como las 7 y me doy cuenta que no he comido, que tengo un hambre de locos. Pero al salir se larga una lluvia de las que estoy esperando desde que aterricé, ¡pero no en este momento! Ríos bajan por los cordones de la calle, tardamos media hora en hacer 4 cuadras y en total una hora y media hasta llegar a prepararme algo de comer. (¿Cómo estarán los techos de plástico, las paredes, las “casas”, los niños, las personas todas?)
Escribo y miro mails. Recibo fotos de mi gato adorado, que extraño y que espero no esté muy triste. Y casi siento culpa del pensamiento…
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